sábado, 29 de marzo de 2008

DÍAS DE GUARDAR



El Centurión hizo sonar su látigo. Todos guardaron silencio. Su mirada se erguía sobre la majestuosa calma del pueblo. El mandaba, pero no mandaba. La realidad era que todos se sentían con el derecho de decidir el destino de los demás. Nadie se atrevió a levantar la voz. Pero uno sí lo hizo, aunque lo crucificaron. Estaba convencido de que rescatar la dignidad propia y la de algunos otros sería suficiente para lavar el recuerdo de cientos, de miles de años bajo el yugo del invasor.

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